La hoja en blanco * Un cuento de Sergio Salvador Campos

Llegó a casa y ahí estaba, en el suelo, a sus pies.
Una hoja de papel.
Alguien le enviaba una hoja en blanco todas las semanas.
No sabía por qué, no sabía quién. Pero ahí estaba una vez más.

Tabitha no era una mujer supersticiosa, no creía en fantasmas y no le temía a la oscuridad. Era una mujer de 25 años valiente, decidida y capaz. Una mujer del siglo XXI, era una mujer de armas tomar. Sin embargo, la visión de esta hoja le provocaba desazón. Llevaba tres meses recibiéndola cada domingo por la mañana. Cuando volvía de hacer sus ejercicios de yoga en el parque se encontraba con la misma página en blanco al llegar a casa. Lo peor no era la hoja en sí, lo peor era que al verla un nombre se le venía a la cabeza, el nombre de una mujer a la que no conocía, a la que nunca había visto, un nombre que no había oído en su vida, un nombre que se le metía en la cabeza y que tardaba en dejar a un lado: Adreucer.
Recogió la hoja del suelo, la miró con suspicacia y la dejó en la encimera junto a la puerta, encima de las demás hojas. Mientras se dirigía al baño para ducharse se puso a pensar en la primera que recibió. Fue un domingo especial porque el sábado lo había pasado durmiendo. No era ella mujer de grandes fiestas, pero ese viernes se había visto obligada a ir al estar organizada por su empresa y se descubrió a sí misma pasándolo realmente bien. Después de una magnífica cena había comenzado el baile y fue pasando de compañero en compañero, canción tras canción, riéndose con ganas, tomando Manhattans como si no hubiera un mañana y disfrutando de una noche perfecta. Al menos hasta lo que recuerda, porque su exceso de alcohol le había hecho olvidar la última parte de la noche y su regreso a casa, despertándose recién el domingo, algo sorprendida por haber perdido un día, pero sin reprochárselo demasiado: no le tenía que rendir cuentas a nadie. Se levantó, se duchó, y salió al parque a hacer sus ejercicios.
Cuando regreso al apartamento tenía la primera hoja esperándola.
Alguien la había metido por debajo de la puerta. Tabitha la cogió, vio que no había nada escrito, pensó “Adreucer” y la soltó distraídamente en la encimera, mientras se preguntaba quién era esa Adreucer y si la habría conocido a última hora en aquella fiesta y por eso no la recordaba.

Desde aquel día habían pasado tres meses y tenía doce hojas en blanco en la mesa de la entradilla que no se atrevía a tirar. La fuerte y pragmática Tabi tenía un presentimiento con esas hojas y ese extraño nombre, y temía que pasara algo importante si se deshacía de las páginas.
Tabitha salió de la ducha, se puso cómoda y se preparó un desayuno copioso. Esa era su rutina de los domingos. Se pasaba toda la semana trabajando y cumpliendo un estricto régimen de comida  que le permitía sentirse sana, delgada y fuerte, pero el domingo se regalaba un desayuno, como a ella le gustaba pensar, “de camionero”. Dos huevos fritos, salchichas, bacon, tostadas con mantequilla y algún dulce. A la hora de almorzar lo hacía frugalmente, pero por la noche volvía a regalarse un capricho en forma de pizza mientras veía alguna película en su televisor de cincuenta pulgadas. Definitivamente Tabi se sentía feliz con su vida, era una trabajadora nata, se sentía valorada en la empresa, tenía buenos compañeros y los fines de semana se relajaba en su apartamento frente al Central Park. Sólo esa hoja en blanco semanal perturbaba el desarrollo normal de su vida.
En las últimas tres semanas había incluido una pauta más en su rutina dominguera. Cuando se sentaba a desayunar abría su portátil y se pasaba un par de horas intentando buscar el nombre Adreucer en webs de nombres de todo el mundo. No podía entender por qué semejante nombre le asaltaba la cabeza y qué relación tenía con las hojas en blanco.
Tabitha, hastiada por la ausencia de resultados se levantó y recogió las doce páginas. Las puso en la encimera de la cocina mientras se servía un vino, era temprano, pero sentía tal frustración que pensó que se lo merecía. Además, el domingo era su día de placeres prohibidos. Así que no le dio muchas vueltas. Tomó la copa con una mano y las hojas en la otra, el papel no tenía nada especial. Se preguntó si podría llevarlas a la policía, pero enseguida se dio cuenta de que no podía llegar a la comisaría diciendo que alguien la acosaba enviándole cartas en blanco. Por un momento, mientras bebía un sorbo de vino, se visualizó yendo a la policía y vio la cara que le pondría el oficial que la atendería y no pudo evitar reírse.
Y entonces sucedió.
Una gota de vino cayó de sus labios a la hoja que sujetaba con la otra mano y al humedecer el folio dejó entrever una palabra: “peligro”.
Tabitha abrió mucho los ojos. Por un lado por el descubrimiento casual que había hecho, por otro lado porque se reprochaba no haber intentado mojar o quemar las hojas antes ¡si en el instituto se pasaban notitas con este sistema!, y por último, que la palabra que saliera fuera “peligro” la puso en tensión. Como si se hubiera abierto una compuerta en su mente, de repente se dio cuenta de que Adreucer es un anagrama de la palabra “Recuerda”. Y supo que tenía algo que recordar. No quería hacerlo, pero ahora que la idea estaba clara, era imposible de evitar, se sentía como un mosquito que se dirige a la lámpara azul sabiendo que será su fin.
Despejó la encimera de la cocina, puso las doce páginas una al lado de otra y fue pasando un paño húmedo por encima. Como por arte de magia las letras fueron apareciendo y Tabitha, al fin, tuvo delante suya un mensaje. A simple vista podía ver que cada hoja era igual a las otras, por lo que el mensaje debía ser el mismo. Ella “sabía” que el mensaje era el mismo. Volvió a llenarse la copa de vino, se la bebió de un trago y volvió a llenársela. Sentía que su vida no sería la misma después de leer aquello, pero su atracción era aún más fuerte que su temor. Tomó una hoja cualquiera y cayó en la cuenta de que la letra le resultaba vagamente familiar. Intentando controlar el temblor de su mano, comenzó a leer: 
“RECUERDA!
Debes recordar! 
Sé que ahora mismo tienes mil preguntas, pero es la primera vez que me pongo en contacto contigo y no sé si será la última. Tampoco sé si podré mantener el control mucho tiempo más. Así que tengo que ser directa y clara. Aunque sé que creerás al principio que es una locura, espero que en lo más profundo de ti sepas que es cierto lo que vas a leer. Que lo sientas. 
Soy tú. Mejor dicho, soy una parte de ti que no conoces. Un psiquiatra diría que soy una personalidad disociada tuya. Y tendría razón. Nací cuando tenías, teníamos, 16 años y, a diferencia de ti, siempre he sido consciente de lo que somos. Me llamo Savannah, aunque nadie me ha llamado así porque nunca he tomado el control de tu cuerpo, nuestro cuerpo. Soy la parte de ti que en tus momentos de mayores dudas te da el empujón definitivo para hacer lo que siempre has deseado, porque, si algo sé, son tus verdaderos sueños y deseos. Y los he hecho míos también, y he disfrutado con cada éxito que has, que hemos, cosechado. He sido muy feliz viviendo contigo, viviendo tu vida, nuestra vida. Te quiero muchísimo Tabi. No porque eres yo, te quiero porque eres tú y eres genial. No olvides esto cuando leas lo que sigue.
Te pido perdón por tomar el control y por ponerte, quizás, en peligro. Y por traerte estos recuerdos. He cogido treinta hojas del escritorio y las he escrito con la tinta invisible que tenemos en el armario de los recuerdos del instituto. Te escribo esta carta así porque es necesario que te des cuenta por ti misma de que es real, temo que si te dejara esto escrito sin más es probable que lo consideraras una broma y no quisieras darle la importancia que tiene. Te conozco mejor que nadie y creo que podré guiarte hacía tus recuerdos poco a poco, de modo que seas tú la que decidas cuando estás preparada para saber la verdad. No quiero forzarte. No después de lo de anoche, pero es necesario que recuerdes lo sucedido. Le pediré a Anthony, el hijo de la señora Star, que te deje una hoja cada domingo mientras vas al parque. Le daré 50 dólares y le haré prometer que no se olvidará ni un domingo. Espero que cumpla y que no le descubras antes de leer esta carta. No le culpes, es un chiquillo al que el dinero le vendrá muy bien para sus videojuegos. Aunque he de decir que me asusta que se dé cuenta de que yo no soy tú. 
¡Ay Tabitha! ¡Siento hacerte esto! Ayer, en la fiesta pasó algo horrible. Nos pasó algo tremendo y tú decidiste olvidarlo. Casi creí que me dejaste conscientemente el control, aunque lo más probable es que perdieras el conocimiento por el susto y el alcohol. Y aunque  también me afectó la bebida, yo no pude evadirme como tú. Yo lo sufrí desde el principio hasta el final. No sabía qué hacer, nunca había intentado tomar el control de tu, de nuestro, cuerpo. Y no supe, no pude evitar lo que nos hicieron.
Nos violaron Tabitha. A las dos. Sé que ahora no lo crees, pero debes sentir en lo más profundo de ti que es verdad. Tus compañeros de trabajo, tres de ellos, se aprovecharon de nuestra borrachera, nos forzaron en el aparcamiento del edificio y luego nos dejaron en la puerta de casa. Fue horrible Tabi, no siento que me dejaras sola con ellos, me alegro de que pudieras irte. Pero hoy sábado, me he dado cuenta de que habías enterrado el recuerdo en lo más profundo de ti y que iban a salir impunes. ¡Y no he podido soportarlo!. ¡Yo lo viví, Tabitha! ¡Lo sentí! ¡Cada golpe, cada empujón, cada gota de saliva que cayó sobre nuestro cuerpo! No podía dejarlo correr. 
¡Recuerda Tabitha! ¡Recuerda! Hazlo salir. No sabemos lo que ese recuerdo ahí enterrado puede traer. ¿Y si trajera una tercera personalidad? ¿una más fuerte que yo que quisiera tener el control la mayor parte del tiempo? ¡Recuerda, Tabi! ¡Debes hacerlo! ¡Esos hombres no deben salirse con la suya! ¿y si lo repiten en la próxima fiesta? ¡Hemos de evitarlo! ¡Tienen que pagar! 
Estoy muy cansada, Tabitha, las emociones de esta noche, el dolor físico que siento y el esfuerzo por controlar nuestro cuerpo me tienen agotada. Ahora llevaré las cartas a Anthony y le daré las instrucciones. Espero no equivocarme y que esta sea la mejor manera de hacerte recordar sin que caigas en una depresión, o peor, decidas retirarte dentro de tu mente. 
Estoy agotada, Tabi. En tus manos dejo hacer lo correcto. Sé que no me defraudarás porque, no lo olvides, yo soy tú. Llevo nuestro cuerpo a la cama para que tenga su merecido descanso y vuelvo a cederte el control para siempre, Tabitha, nunca quise robártelo. 
Te quiero
Savannah” 

Tabitha leyó la página dos veces, tres. Luego leyó las once restantes por si alguna era distinta. No lo era. Savannah había copiado palabra por palabra de su puño y letra, esa letra tan parecida a la suya propia, al menos doce veces. Y decía que treinta.  Luego se rió, "Esto debe ser la broma más elaborada de la historia”, pensó. Se dio cuenta de que podría comprobarlo hablando con Anthony y cruzó el rellano para interrogarle. Se daba cuenta de que una parte de ella (¿Savannah?) creía a pies juntillas en la carta. Abrió la puerta el propio Anthony, el crío no esperaba verla y cuando le vio la cara comenzó una retahíla de frases inconexas que básicamente decían que el dinero ya se lo había gastado, que él había hecho lo que le habían pedido aunque no entendía nada de nada y que si quiere podía darle el resto de páginas, pero no el dinero. Tabitha le dijo que el dinero era suyo y Anthony se calmó, pero que necesitaba que le dijera la verdad sobre una pregunta: “¿Quién te pidió que hicieras esto?”, el chico la miró extrañado, se encogió de hombros y le respondió con calma, sabiendo que su fortuna no corría peligro “Tú, aunque estabas muy rara ese día”. Y Tabi supo por la cara del crío, y porque en su interior sabía que era verdad, que Anthony no mentía.
eran. Savannah había copiado palabra por palabra de su puño y letra, esa letra tan parecida a la suya propia, al menos doce veces. Y decía que treinta. Luego se rió, “

Volvió a casa y se miró en el espejo buscando a Savannah. Se vio a sí misma. Pero algo había cambiado en su aspecto. Se concentró en las pupilas que la miraban desde el espejó y, después de estar un minuto hablándole a su otro yo, los recuerdos llegaron en cascada. Empezó a llorar, sintió el dolor que aquella noche evitó, notó el miedo de Savannah mientras gritaba dentro de ella, vio como Peter, George y Joe, los compañeros con los creía que se lo había pasado tan bien, la violaban y se sorprendió al ver que su secretaria, Martha, aplaudía y se tocaba mientras abusaban de ella.
Lloró por sí misma, por lo que le habían hecho, pero también lloró por Savannah, a la que había dejado sola. Se disculpó con ella y le dijo que la quería. Se enjuagó las lágrimas. Vomitó. Se duchó restregándose con fuerza y volvió a vomitar y llorar.
A las diez de la noche ya se sentía algo mejor, capaz de pensar con claridad.
Supo lo que iba a hacer con meridiana claridad. No iba a denunciarlos, había pasado demasiado tiempo, pero era una chica inteligente, valiente, decidida y capaz, una mujer de armas tomar. Era hora de que esta frase fuera algo más que una frase hecha. Era hora de tomar las armas y vengarse. Se miró al espejo y le gustó lo que vio. Una mujer del siglo XXI que no deja que abusen de ella. Y supo que hacía lo correcto. Y adivinó que Savannah aprobaba la venganza. Y eso la hizo feliz.
Saber que nunca volvería a estar sola fue en principio una idea extraña, pero ahora la hacía sentir completa. Sonrió a su imagen en el espejo y murmuró: “Va por ti, Savannah, te lo debo. Te quiero”.

Y salió a teñir la noche de sangre.

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