Diario de un Asesino segunda y última parte - Cuento de Sergio Salvador Campos

Bueno, sin muchas dilaciones, les entrego el desenlace de este relato escrito por el camarada Sergio Salvador Campos...
Para los recién llegados, AQUÍ pueden leer la primera parte de esta historia...
Espero hayan disfrutado con ella... y, un breve desafío... ¿Alguien reconoce la foto de la casa que ilustra el cuento?


QUERIDO DIARIO, Capítulo 4

12/05/2016

Querido Diario:

Voy a hacerlo. Que Dios me perdone. Pero voy a hacerlo ahora mismo. Tengo a una chica amarrada a una silla, ahí, a dos metros de mí, aún está inconsciente. Estoy nervioso. No, histérico. Me tiemblan las manos mientras escribo esto. He pensado que escribiendo me calmaría, y de momento funciona. Noto como mis manos dejan poco a poco de temblar. Eso es bueno, no quiero hacer una chapuza después de todo lo que he trabajado para llevarlo a cabo. Además, tal y como he previsto hacerlo, necesito tener buen pulso. Mientras escribo, voy haciendo las respiraciones que me enseñaron en un curso de yoga al que fui con mi mujer. Si me viera el profesor para lo que me están sirviendo sus clases, le daba un ictus.
Estoy sorprendido con lo fácil que he llegado a este punto. Lo que más me ha costado es encontrar la víctima, algo que me ha tenido semanas haciendo rondas por las calles oscuras de mi ciudad esperando que apareciera alguna incauta. Sospechaba que en fin de semana sería más fácil encontrarla, pero me prometí a mí mismo dejar los sábados y domingo para mi familia después de pasar de lunes a viernes "trabajando". Afortunadamente, hoy en día los jóvenes salen desde el jueves hasta el domingo, lo que me daba un día fuerte para encontrar a mi presa. Y hoy ha sido el día.
Preparé mi coche alquilado, forré el amplio maletero con plástico, me vestí para la ocasión con ropa negra y preparé una bolsa con una muda entera, cogí mis guantes y mi pasamontañas y salí a merodear. Finalmente, a eso de las tres de la mañana, en una de las calles donde más veces he estado esperando por su buena disposición para el crimen (oscura, con pocos portales y los que hay sin luz exterior, con zonas ajardinadas en la acera que impiden la visión a larga distancia y árboles frondosos que hacen sombras oscuras con las luces de las farolas). La joven venía caminando sola, por su vaivén diría que venía algo bebida (luego por su aliento, lo confirmé), iba con tacones y vestida para la salir de marcha y no dejaba de mirar su móvil. El tac tac tac de sus pasos me avisó de su cercanía. Tomé la jeringuilla con 20mg de Dórmicum (cuyo principio activo, el Midazolam es usado para sedar a los pacientes en los hospitales) y me dispuse a saltar en cuanto pasara por mi escondite.
En las películas y las series, cuando alguien inocula un sedante a otra persona, esta cae dormida en breves segundos. Imagínate mi sorpresa cuando la joven comenzó a moverse y tratar de golpearme cuando la ataqué por la espalda. Por su tamaño, su tipo y por tenerme a su espalda tapándole la boca, poco daño pudo hacerme, pero tuve que meterla en el maletero forzándola. Cuando lo conseguí estaba asustado por si alguien nos hubiera visto, pero después de mirar a mi alrededor varias veces me di cuenta de que estaba solo, y que los pom pom que escuchaba eran los latidos de mi corazón acompasándose con los golpes que la chica daba en el maletero.
Me puse rápidamente al volante, arranqué, puse música para no escuchar los golpes de mi presa y me vine a la parcela donde ya lo tenía todo preparado. En apenas cinco minutos el medicamento hizo efecto y los golpes se detuvieron. El resto del trayecto hasta la parcela fue coser y cantar. Pocos coches en la ciudad y en la carretera y nadie a la vista que pudiera verme llegar tan tarde a la urbanización. Todo perfecto.
Detuve el coche lo más cerca que pude de la casa, no soy ningún Hércules y cuanto menos ande por fuera con una chica a cuestas, mejor. Al abrir el maletero y ver a la joven dormida sufrí el primer latigazo de culpa. La cogí en brazos, no pesaba mucho más que mi hijo mayor, desde luego pesaba menos de 50 kilos. Debía medir poco más de metro y medio y, aunque hubiera preferido no fijarme demasiado en eso, lo cierto es que sin ser hermosa, era una chica bonita, calculo que de uno treinta años. Subí las escaleras hacia la habitación preparada para la ocasión, recubierta de plástico y con el horno y el cremador a punto para la faena, así como el cuchillo, el impermeable que compré junto al plástico y una sierra eléctrica que calculé que necesitaría para deshacerme del cuerpo. Até a la joven a una silla de madera que compré de segunda mano y le puse una mordaza para que no pueda gritar. Podría matarla ya. Ahorrarle sufrimiento, pero creo que para que el experimento sea completo, debe estar despierta y consciente. No, no tengo interés en que sufra, no soy un sádico, no pienso ir cortándola poco a poco, o desmembrándola. Ni se me pasa por la cabeza violarla o golpearla hasta cansarme. Quiero saber que se siente al acabar conscientemente con la vida de otra persona. Nada más.
Escribir aquí ha terminado de calmarme. Pienso en todas las cosas que la chica ya no podrá vivir, me pregunto quién es y qué tipo de persona será... ¿será buena o mala? ¿Tendrá hijos o no? ¿Estará casada? ¿La echarán de menos? ¿Cuánto tardarán en denunciar su desaparición? ¿Será virgen o por el contrario tendrá una vida sexual activa? ¿Será feliz o simplemente se limita a sobrevivir como gran parte de la sociedad?
Nada de eso importa. Su historia, sea cual sea, acaba aquí. En esta extraña habitación aséptica e impersonal y sin más testigo que su asesino.
Comienza a gemir y a moverse, aún aletargada por el sedante. El momento se acerca. Espero no flaquear y tener el valor de hacerlo bien, rápida y eficientemente. Ojalá no le haga sufrir más de lo imprescindible.
Ha abierto los ojos... vamos a ello...

QUERIDO DIARIO, Capítulo 5

13/05/2016
Querido Diario:
Diosmio...
¡¡DiosmíoDiosmíoDiosmíoDiosmíoDiosmíoDiosmíoDiosmíoDiosmío!!
Ya está... ya lo hice... todo ha terminado... Bueno, su vida ha terminado. Yo no terminaré hasta que acabe de recogerlo y limpiarlo todo. Pero ahora mismo necesito un descanso, me he puesto una copa de pacharán, lo único que había en la casa, y me la estoy tomando mientras recapitulo lo que debo hacer para no dejar nada al azar. Vuelven a temblarme las manos... y lo que es peor, siento que tiembla todo mi mundo. Si te lo preguntas, querido amigo, sí, siento remordimientos por lo que he hecho hace apenas unos minutos. Pero ahora mismo no puedo flaquear si quiero evitar cometer errores que terminen pesando en mi familia. Tengo que concentrarme y hacer todo como lo he planeado para que ni mi mujer ni mis hijos sufran las consecuencias de tener un padre asesino.
El horno ya está empezando a calentarse, no sé si esto es como una pizza que necesite precalentamiento, pero sí sé que necesita llegar a su tope de mil grados para poder reducir los huesos a ceniza, 980 grados, exactamente. Así que más vale que empiece ya a coger fuerza. Calculo que lo más grande se habrá descompuesto en un par de horas, pero como con estas cosas nunca se sabe y suele pasar que lo que creo que tiene que pasar, no pasa, voy a calcular tres. Eso me lleva a las ocho de la mañana. Un nuevo día y la vida sigue, aunque no para la desdichada muchacha. En ese tiempo tendré que limpiar la habitación, recoger todo el plástico de paredes y suelo y quemarlo todo junto al cuerpo. Al horno irá también mi ropa, los guantes, el plástico del coche, el pasamontañas y todo lo que no sea metálico, de modo que la silla donde he matado a mi víctima también será incinerada, y el mango del cuchillo que he usado también. No debo olvidar meter también las escasas pertenencias de la chica... y hacer un esfuerzo para no buscar información sobre ella en su bolso. Cuando todo esté reducido a cenizas aún me quedará pasarlos pequeños restos de hueso que hayan resistido por el cremador, una versión más pequeña y manejable del horno que permite acabar con los últimos restos. Después dejaré la hoja del cuchillo que he usado bien limpia, tras frotarla con una lejía que tiene oxígeno activo ya que al parecer este producto descompone la sangre y no deja huella de su existencia. Por si fuera poco la romperé en tantas partes como pueda y la iré diseminando a lo largo del camino. Por último aspiraré el maletero del coche a conciencia por si alguna fibra se hubiera podido escapar al plástico, y además de eso lo llevaré a una empresa de limpieza de mi confianza para que me lo dejen mejor que nuevo. Y por supuesto no olvidar cambiar las matrículas falsas que le puse al vehículo para mayor tranquilidad.
Sin cuerpo, ni arma homicida, ni móvil, será difícil que puedan llegar hasta mí.
Vuelvo a estar sereno, Querido Diario, por lo que podré hacer mi labor concienzudamente. Mi familia es un enorme acicate... pero déjame contarte lo que he hecho para hacer la catarsis completa.
Cuando la chica despertó me encontró a mí delante de ella, de pie. Ella sentada, amordazada, atada de pies y manos, despertó con la desorientación lógica del que no sabe qué le ha pasado ni donde está. Abrió mucho los ojos y tratando de soltarse casi se cayó con la silla y todo, lo que hubiera supuesto un duro golpe para alguien que no podía amortiguar la caída de ninguna manera. Afortunadamente llegué a tiempo para sujetar la silla. Entonces le hablé por única vez:
- Cuidado - dije con tranquilidad, como si le hablara a mi hija pequeña cuando está a punto de darse un costalazo haciendo alguna trastada. - No quiero que te hagas más daño de lo necesario.
Ella vio el cuchillo de 25cm en mi mano derecha, abrió los ojos aún más - no creí que fuera posible, pero lo hizo - y comenzó a gimotear mientras gruesas lágrimas de conocimiento caían por su cara. Creo que en ese momento comprendió que iba a morir. Yo conseguí guardar la compostura a duras penas, tenía mil cosas en la cabeza, escuché las voces de mis padres gritándome que ellos no me habían educado así, de mi mujer llorando a moco tendido mientras me gritaba por qué lo había hecho, fugazmente vi a mis hijos con cara de pavor al saber lo que había hecho, escuche a familiares y amigos llamarme asesino, asesino, asesino... pero para ella sólo era un tipo con aspecto amenazador y un cuchillo que se plantaba delante de ella para matarla. Me acerque a ella y su mirada se fijó en mis ojos hasta que consiguió captar mi atención, era una pregunta lo que vi en ella ¿Por qué? No le conteste. Cómo hacerlo si ni yo mismo lo sabía. Di otro paso y alcé el cuchillo. Ella volvió a gritar dentro de su mordaza. Su llanto, ya descontrolado, hacía que sus pechos se agitaran compulsivamente. Me pregunté en ese momento si esta noche habría ligado donde quiera que hubiera estado. Si habría hecho el amor por última vez. Si había tenido la suerte de estar con su amor antes de que yo la encontrara... deseché esos pensamientos y me dispuse a matarla. Coloqué el cuchillo a la altura del corazón, ella siguió mirándome fijamente, pero juraría que había dejado de llorar. Vi odio en su mirada. O quizás solo lo imaginara. Apreté con fuerzas y sentí la hoja penetrando su carne. Ella volvió a gritar dentro de su boca, la había amordazado bien. Di un último empujón y clave mi cuchillo hasta el mango de madera. En ese momento me di cuenta de que yo también lloraba y que hablaba en voz muy baja, solo repetía dos palabras "losientolosientolosientolosientolosientolosientolosientolosiento"...
Me levanté y la vi boquear. Había leído que partiendo el corazón en dos la muerte es casi inmediata. Recé por no haberme equivocado... pero ella aún vivía, la noté asfixiarse. No sé qué me pasó por la cabeza, pero decidí que me arriesgaría si quería gritar y le quité la mordaza. No lo hizo, no tenía fuerzas, pero yo no podía ver aquello. No era lo que había pensado. Entonces me di cuenta. Había dejado el cuchillo clavado en el corazón y eso alarga los segundos de agonía. Me maldije por la torpeza y me acerqué de nuevo a ella. En sus últimos segundos su mirada sólo transmitía sorpresa y pena. Arranqué el cuchillo del corazón, se derramó algo de sangre que el plástico recogió y la chica expiró, por fin.
Todo había acabado. Yo lloraba como un bebé. Vomité. Me temblaba todo el cuerpo. Me temblaban las ideas. Las voces habían desaparecido. Nadie me gritaba nada. Nadie me culpaba de nada. Me sentía total y absolutamente solo, vacío. No sé qué esperaba sentir o descubrir, en este momento me parece una estupidez y una locura. Sólo siento que mi alma me ha abandonado. Lo que es raro pues nunca había creído que la tenía.
Viviré el resto de mi vida con este peso en mi conciencia, cada día veré en mi cabeza esos ojos llenos de preguntas... pero sobre todo viviré, cada día viviré pensando que a mis hijos los está criando una persona que ha perdido su humanidad. Espero que la de mi mujer sea lo suficientemente fuerte para ellos. Lo espero con todo mi corazón...

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