Secuestrada * Un cuento de Raúl Cordero
Les dejo un relato del camarada Raúl Cordero, que tampoco se queda atrás en estas artes de escribir y llevarnos un poco más allá en cada relato... Disfruten (je)
Sebas
Le pudo ver el rostro.
Intuyó, enseguida, que el que su secuestrador se dejara ver no era buena señal para el futuro de su vida.
—Hola. —Saludó un hombre que estaba de cuclillas frente a ella
Rubio, guapísimo. Con unos ojos azules preciosos y unos labios carnosos y sensuales. Un cuerpo atlético y fibroso, que pudo ver por que estaba sin camiseta, acompañaba aquel rostro; el rostro del hijo de la gran puta que la había secuestrado. Al verle se orinó a causa del miedo, notando el liquido caliente caer por el interior de sus muslos.
—Me llamo Carlos —continuó—. No intentes hablar. La cinta americana está bien pegada y apretada y te harías daño. Tranquila, en un rato te la quitaré. Ahora quiero que simplemente me escuches. ¿De acuerdo? Asiente con la cabeza.
Asintió sumisa.
—Bien. Lo primero que quiero decirte es que vas a morir. Eso no tiene vuelta de hoja —Ella gimió y empezó a llorar—. No llores mucho —dijo irónicamente—, si se te tapona la nariz vas a tener difícil respirar, y no quiero que mueras por asfixia... Bien, continuo. Vas a morir, y antes de morir te voy a torturar.
En el momento que vio como el cabrón que la había secuestrado, amordazado y atado, se quitaba la ropa y se quedaba desnudo delante de ella, decidió no darle el gusto de que la oyera suplicar por su vida. Como él la había dicho “Te voy a matar y a torturar. No hay vuelta de hoja”. El hecho de que se desnudara y empezara a tocarse su pene, la hizo deducir que si gritaba o suplicaba el muy hijo de la gran puta disfrutaría sexualmente. Su subconsciente de abogada salió a la luz y la hizo razonar fríamente ( todo lo fríamente que se puede en su situación ) que si no mostraba miedo, a lo mejor su secuestrador revelaba algún punto débil y ella podía aprovecharlo. Sintió un hormigueo en su estomago al tomar el control de la situación y apartar el miedo de la ecuación.
Extrañamente, no se sorprendió de reaccionar así.
Se gustó.
Media hora después... el capullo había tirado de alicates, pinzas y un látigo y le quitó la mordaza. Ella había aguantado lo máximo posible sin llorar y sin gritar. Evidentemente llegó un momento en el que su resistencia cedió y suplicó . Algo debía haber hecho bien, dentro del macabro plan de no darle placer a su secuestrador con su dolor, cuando el muy cabrón no había logrado empalmarse. “Bien por mí” pensó para sí misma. También pensó en otro problemilla que la estaba sucediendo. No sabía por qué jodida razón, ni lograba explicarse las causas, pero el hormigueo en el estomago que pensó que era seguridad, se fue transformando en excitación. Se maldecía a sí misma por sentir eso. ¿Cómo era posible? En qué oscuro rincón de su alma se encontraban esos sentimientos en los que la tortura le provocaba un medio placer sexual. “No, por favor. Yo no soy así. Él no puede verme así”. Apretó los dientes y trató de respirar profundamente. El capullo volvió a utilizar el látigo sobre su espalda .
—¡Suplica, puta!- gritó él.
Esa palabra humillante fue lo que desencadenó, sin que ella pudiera evitarlo, su jodido orgasmo.
Él lo noto y dejó de pegarla.
—¿Que pasa, cabrón? —dijo ella jadeando—. Solo te pones cachondo si tu victima sufre ¿verdad?.
Él no sabía qué decir ni cómo reaccionar. Ella le miro la entrepierna y vio que su pene seguía inerte. Blando. Sin vida.
—Jódete —dijo sonriendo victoriosamente—. No vas a lograr ponerte cachondo a mi costa., hijo de la grandísima puta.
Su secuestrador soltó el látigo totalmente desubicado.
—Agua. —Ordenó ella.
Él se acercó a la silla y la desató. Ella se levantó frotándose las muñecas. El muy desgraciado la había atado fuerte.
—Hoy has tardado mucho en decir la palabra clave para que parara. —-Dijo él cariñosamente.
—Callate, perro —contestó agresiva—. Diré “Agua” cuando yo lo crea conveniente.
—Carmela, cariño, yo sé que a ti te gustan estos juegos masoquistas, pero a mi no me dan placer. No me excito.
—Te jodes. —Dijo ella indiferente.
—Pero…
—Pero nada. Recuerda que eres mi sumiso y que en el plano sexual eres mi esclavo. Si quiero que me tortures, me torturas. Y da gracias a que no soy yo la que te ata a ti a esa silla.
Él asintió dócilmente.
—Recoge todo esto antes de que vuelvan los niños del colegio —Le ordenó—. Voy a darme un baño relajante. Después sube a nuestra habitación y esperame arrodillado en el suelo. Quiero que me hagas un masaje en los pies con tu lengua de esclavo ¿de acuerdo?
—Si, ama. —Contestó él.
—Y rapidito —dijo ella mientras le daba la espalda—. Que quiero que estés un buen rato con mis pies. Que después tengo que volver a llamarte cariño y amor y todas esas gilipolleces. Te espero arriba.
Ella, su ama, desapareció, y él se quedo recogiendo toda la parafernalia de la fantasía sexual que le gustaba practicar a su mujer.
—Yo no me casé para esto. —Dijo en voz alta y de inmediato se dio la vuelta con miedo temiendo que ella le hubiera escuchado. Suspiró de tranquilidad al ver que no era así.
Sebas
SECUESTRADA
1
Carmela estaba orgullosa de todo lo conseguido hasta ese momento con su vida. Una carrera de abogada terminada con buena nota y un futuro prometedor en el despacho de abogados donde trabajaba. Un marido bueno y trabajador. Dos hijos, parejita, guapísimos y cariñosos. Unas amigas fieles y estupendas con las que tomarse un vino algún que otro día. Y fue precisamente, una de esas tardes en las que regresaba a casa después de tomarse algo, cuando alguien se le acercó por detrás, la encapuchó y la arrastró, sin que le diera tiempo a gritar, al interior de una furgoneta. Una vez dentro alguien le puso un cuchillo en la garganta diciéndole que se callara. Le tapó la boca con cinta americana, la llevó a una especie de trastero y allí la desnudó y sentó a una silla. Le ató las manos detrás del respaldo y la destapó la cabeza.Le pudo ver el rostro.
Intuyó, enseguida, que el que su secuestrador se dejara ver no era buena señal para el futuro de su vida.
—Hola. —Saludó un hombre que estaba de cuclillas frente a ella
Rubio, guapísimo. Con unos ojos azules preciosos y unos labios carnosos y sensuales. Un cuerpo atlético y fibroso, que pudo ver por que estaba sin camiseta, acompañaba aquel rostro; el rostro del hijo de la gran puta que la había secuestrado. Al verle se orinó a causa del miedo, notando el liquido caliente caer por el interior de sus muslos.
—Me llamo Carlos —continuó—. No intentes hablar. La cinta americana está bien pegada y apretada y te harías daño. Tranquila, en un rato te la quitaré. Ahora quiero que simplemente me escuches. ¿De acuerdo? Asiente con la cabeza.
Asintió sumisa.
—Bien. Lo primero que quiero decirte es que vas a morir. Eso no tiene vuelta de hoja —Ella gimió y empezó a llorar—. No llores mucho —dijo irónicamente—, si se te tapona la nariz vas a tener difícil respirar, y no quiero que mueras por asfixia... Bien, continuo. Vas a morir, y antes de morir te voy a torturar.
2
Extrañamente, no se sorprendió de reaccionar así.
Se gustó.
Media hora después... el capullo había tirado de alicates, pinzas y un látigo y le quitó la mordaza. Ella había aguantado lo máximo posible sin llorar y sin gritar. Evidentemente llegó un momento en el que su resistencia cedió y suplicó . Algo debía haber hecho bien, dentro del macabro plan de no darle placer a su secuestrador con su dolor, cuando el muy cabrón no había logrado empalmarse. “Bien por mí” pensó para sí misma. También pensó en otro problemilla que la estaba sucediendo. No sabía por qué jodida razón, ni lograba explicarse las causas, pero el hormigueo en el estomago que pensó que era seguridad, se fue transformando en excitación. Se maldecía a sí misma por sentir eso. ¿Cómo era posible? En qué oscuro rincón de su alma se encontraban esos sentimientos en los que la tortura le provocaba un medio placer sexual. “No, por favor. Yo no soy así. Él no puede verme así”. Apretó los dientes y trató de respirar profundamente. El capullo volvió a utilizar el látigo sobre su espalda .
—¡Suplica, puta!- gritó él.
Esa palabra humillante fue lo que desencadenó, sin que ella pudiera evitarlo, su jodido orgasmo.
Él lo noto y dejó de pegarla.
—¿Que pasa, cabrón? —dijo ella jadeando—. Solo te pones cachondo si tu victima sufre ¿verdad?.
Él no sabía qué decir ni cómo reaccionar. Ella le miro la entrepierna y vio que su pene seguía inerte. Blando. Sin vida.
—Jódete —dijo sonriendo victoriosamente—. No vas a lograr ponerte cachondo a mi costa., hijo de la grandísima puta.
Su secuestrador soltó el látigo totalmente desubicado.
—Agua. —Ordenó ella.
3
—Agua. —Repitió.Él se acercó a la silla y la desató. Ella se levantó frotándose las muñecas. El muy desgraciado la había atado fuerte.
—Hoy has tardado mucho en decir la palabra clave para que parara. —-Dijo él cariñosamente.
—Callate, perro —contestó agresiva—. Diré “Agua” cuando yo lo crea conveniente.
—Carmela, cariño, yo sé que a ti te gustan estos juegos masoquistas, pero a mi no me dan placer. No me excito.
—Te jodes. —Dijo ella indiferente.
—Pero…
—Pero nada. Recuerda que eres mi sumiso y que en el plano sexual eres mi esclavo. Si quiero que me tortures, me torturas. Y da gracias a que no soy yo la que te ata a ti a esa silla.
Él asintió dócilmente.
—Recoge todo esto antes de que vuelvan los niños del colegio —Le ordenó—. Voy a darme un baño relajante. Después sube a nuestra habitación y esperame arrodillado en el suelo. Quiero que me hagas un masaje en los pies con tu lengua de esclavo ¿de acuerdo?
—Si, ama. —Contestó él.
—Y rapidito —dijo ella mientras le daba la espalda—. Que quiero que estés un buen rato con mis pies. Que después tengo que volver a llamarte cariño y amor y todas esas gilipolleces. Te espero arriba.
Ella, su ama, desapareció, y él se quedo recogiendo toda la parafernalia de la fantasía sexual que le gustaba practicar a su mujer.
—Yo no me casé para esto. —Dijo en voz alta y de inmediato se dio la vuelta con miedo temiendo que ella le hubiera escuchado. Suspiró de tranquilidad al ver que no era así.
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