Una historia sevillana acerca de la radio y el under * Por Sergio Salvador Campos
Cada vez que planteo una linea editorial para trabajar en Maculaturas... termino en unos caminos tan extraños como reveladores... Íbamos a escribir acerca de la radio... y algo así hemos hecho... Pero con una extraña fortuna de terminar rondando por senderos llenos de historia y emociones. Para comenzar me pareció justo hacer honor a la ciudad donde tenemos base, Sevilla, y se me ocurrió pedirle a Sergio Salvador Campos unas líneas relacionadas con este tema, con la radio... Como siempre, el escritor que está ahí y no puede ocultarse (ni debe), ha traído a colación una historia relacionada con cosas que creo son maravillosas y reflexivas... como una tormenta de datos que, los que viven aquí no los dejará impasibles... Y los que no los invito a que sigan surfeando para hallar esos nombres, esas referencias que componen esta historia.
Maculaturas tiene un espíritu Under, y como indagar en el ayer me parece uno de los deberes que nos hará libres mañana, les voy a dejar estas letras en donde verán como todo es una relación eterna entre lo que ocurre en la calle, en el éter, en una casa y en el alma...
Saludos a todos los que nos leen, desde innombrables latitudes.
Sebas Abdala
Joaquín Salvador Barrios, probablemente, nunca estuvo preparado para tener hijos.
Joaquín nació en plena dictadura y en una familia católica, hijo de militar condecorado por Franco y una bonita gaditana, vivió en Sevilla y fue lo que por aquella época se consideraba un buen hijo, educado y un gran estudiante. Su capacidad intelectual era inmensa, casi enciclopédica, y su facilidad para aprender le llevó a la Facultad de Medicina. Se creó un grupo de amigos con personas igualmente brillantes y rebeldes, ansiosos por vivir la vida con una libertad que entonces se les negaba, allí el constante ir y venir de bohemios, gente del arte en general y extranjeros le llevó a querer ampliar su conocimiento de esos países y esas culturas. Como otras personas de gran inteligencia, su hambre de saber y experimentar le llevó a dispersarse entre muchas facetas. El mundillo Underground y hippy de Sevilla se le reveló como una suerte de paraíso escondido, otra dimensión únicamente accesible para algunos elegidos entre los que, por supuesto, él se encontraba. En ese ambiente, y gracias a su ágil verbo y a cierta capacidad para embriagarte a base de cultura y disertaciones, Joaquín encontró la felicidad. El consumo de alcohol y estupefacientes le abrió unas puertas antes sólo imaginadas, puertas en las que la creatividad no tenía límites. Ese ambiente liberal y hippy le llevó a conocer a artistas de la talla de Lole y Manuel, Raimundo Amador, los componentes de los gupos Alameda, Triana o Gualberto y los Smash, con los que incluso llegó a actuar tocando los bongos, todos rebosantes de juventud y amor por el arte, por la libertad y el amor y sobre todo, por la música.
Mientras tanto Joaquín se enamoró de una buena mujer, un alma libre como él debió verse sorprendido por aquella relación que terminó dándole dos hijos. Mientras ellos crecían, su padre se iba perdiendo cada vez más en su cabeza. Lo mismo se declaraba Profesor de Ciencias Ocultas, adivino, caballero templario, Ordo Templis Orientis, Schwartze Orden, Esquizoanalista y miembro de la Sagrada y Real Orden de Tantrikas (tengo una tarjeta suya de visita con todos estos títulos, lo prometo) que se presentaba a trabajar como Disc Jokey en La Factoría, conocida discoteca sevillana posteriormente conocida como Café Mágico y más tarde como Groucho, vestido con una capa y ocultando un machete porque se sentía perseguido.
Ellos, sus hijos, fueron los más perjudicados por la ausencia de un padre que, probablemente, nunca quiso serlo. Si bien el inmenso amor de su pareja lo compensó con creces. También ellos fueron los que más sufrieron cuando Joaquín regresó a casa como un enfermo mental, con una psicosis esquizofrénica paranoide diagnosticada. La vida en la casa se volvió complicada, con algunas escenas dantescas que ningún crío debería vivir.
Pero entre estas dos etapas, la de hijo casi perfecto y joven rebelde y brillante, y padre enfermo y problemático, está la obra de su vida y lo que me hace escribir estas líneas: El tío de Joaquín es ni más ni menos que el reputado periodista y escritor Manuel Barrios, y es él el que viendo los amplios conocimientos musicales que su sobrino tiene, y quizás esperando que un trabajo lo “centrara”, le da un empujoncito para que entre a trabajar en Radio Sevilla. Es fácil imaginar a Joaquín aprendiendo los entresijos de la radio para posteriormente presentar un programa que rompería con lo establecido: Nata y Fresa, la obra de su vida.
Algo grande debió de ser el programa cuando muchos años después, lo buscaron en su casa para que participara en un documental sobre el Underground en Sevilla. Documental que emitió el Canal Historia y que puede encontrarse en youtube. Allí nos cuentan entre unos y otros cómo entraba la música prohibida por la censura, principalmente por las bases americanas de Rota y Morón, y llegaba a ese submundo sevillano en el que Joaquín se hacía con los elepés para luego emitirlos en su programa. Así llegaron a España grupos como Led Zeppelin, Bob Dylan, The Doors, o los mismísimos The Beatles y The Rolling Stones, esos “melenudos” que estaban revolucionando el mundo con su música y sus letras.
Ahí estaba Joaquín, en una radio que apenas tiene que ver con la actual, sin publicidad, una radio en la que triunfaban las radionovelas, y en la que lo más escuchado era el programa nacional de noticias. Allí estaba él, haciendo más que un mero programa de música, sacando a la luz grupos censurados, traduciendo sus letras para que sus oyentes fueran capaces no solo de entenderlas, sino de hacerlas suyas, transmitiendo ideas de libertad y puertas abiertas, de lucha contra el opresor. Joaquín además instruía a sus oyentes, relacionaba los temas de las canciones con temas literarios ya fuera de Poe o Lovecraft, o de Nietzsche, su filósofo preferido. Su programa era ameno a la par que instructivo. En él daba rienda suelta a sus dos pasiones, la música y la lectura. Y dicen los que lo seguían que fue un hito de la época. Lo que empezó en Onda Media con un programa de media hora llegó a tener tres horas y media de duración en la joven FM. Joaquín Salvador trascendió, y junto a Juan Luís Valseca, con el que compartió horas y horas en Radio Sevilla, marcó muchas vidas. De gente de su alrededor y de oyentes de su programa. Jesús Quintero se inspiró claramente en ellos. Javier García Pelayo dijo de él que “era un líder, un creador de opinión”. Julio Rabadán, que “era un filósofo, un filántropo, un referente de la cultura musical, un conocedor y transmisor, de lo que no se escuchaba en los medios oficiales. La música para él era un fenómeno revolucionario, una manera de cambiar el mundo. Una revolución de libertad pacífica. Un buen hombre, un anarquista en el sentido filosófico del término”. En cualquier caso, además de eso, Joaquín fue un pionero.
Cuando recibió presiones para cambiar su idea y formato de programa, tuvo que engañar para poder dar salida a lo que él quería que la gente escuchara, evitó a la censura lo mejor que pudo, y cuando su radio se convirtió en Los Cuarenta Principales y le enviaban desde Madrid la lista de canciones para poner, se opuso a ello tirando la lista y poniendo lo que él quería y no a los artistas españoles que por entonces triunfaban gracias, por ejemplo, a Eurovisión. Cuando se cansó de soportar presiones, casi tres años después, lo dejó todo y viajó a Barcelona para dar el gran salto a la radio Nacional, pero, aún no sé por qué, aquello no salió bien y comenzó un periplo que le llevó a Dinamarca, Inglaterra, Alemania y Marruecos, para luego regresar a Sevilla algo más perjudicado, y con la enfermedad que llevaba en los genes pugnando por hacerse con su cabeza.
He querido contar esta historia porque hablar de la radio suele ser algo muy genérico, y dudo que pudiera contar algo original. Sí, me encanta la radio, y no hay día que no la escuche. Es, sin duda, una buena compañera. Y sí, me crie viendo a mi madre con la radio siempre puesta. Para mí la radio es vida, es compañía, es entretenimiento y diversión. Pero también es algo más.
La radio es algo que me acerca al Joaquín Salvador de sus mejores años, aquel que nunca conocí. Aquel al que estoy empezando a conocer gracias a sus amigos. Y aquel al que, quizás, esté preparado para perdonar.
Por cierto, me llamo Sergio Salvador Campos, y soy su hijo.
Maculaturas tiene un espíritu Under, y como indagar en el ayer me parece uno de los deberes que nos hará libres mañana, les voy a dejar estas letras en donde verán como todo es una relación eterna entre lo que ocurre en la calle, en el éter, en una casa y en el alma...
Saludos a todos los que nos leen, desde innombrables latitudes.
Sebas Abdala
Breve historia de un pionero en el franquismo
Por Sergio Salvador Campos
Joaquín Salvador Barrios, probablemente, nunca estuvo preparado para tener hijos.
Joaquín nació en plena dictadura y en una familia católica, hijo de militar condecorado por Franco y una bonita gaditana, vivió en Sevilla y fue lo que por aquella época se consideraba un buen hijo, educado y un gran estudiante. Su capacidad intelectual era inmensa, casi enciclopédica, y su facilidad para aprender le llevó a la Facultad de Medicina. Se creó un grupo de amigos con personas igualmente brillantes y rebeldes, ansiosos por vivir la vida con una libertad que entonces se les negaba, allí el constante ir y venir de bohemios, gente del arte en general y extranjeros le llevó a querer ampliar su conocimiento de esos países y esas culturas. Como otras personas de gran inteligencia, su hambre de saber y experimentar le llevó a dispersarse entre muchas facetas. El mundillo Underground y hippy de Sevilla se le reveló como una suerte de paraíso escondido, otra dimensión únicamente accesible para algunos elegidos entre los que, por supuesto, él se encontraba. En ese ambiente, y gracias a su ágil verbo y a cierta capacidad para embriagarte a base de cultura y disertaciones, Joaquín encontró la felicidad. El consumo de alcohol y estupefacientes le abrió unas puertas antes sólo imaginadas, puertas en las que la creatividad no tenía límites. Ese ambiente liberal y hippy le llevó a conocer a artistas de la talla de Lole y Manuel, Raimundo Amador, los componentes de los gupos Alameda, Triana o Gualberto y los Smash, con los que incluso llegó a actuar tocando los bongos, todos rebosantes de juventud y amor por el arte, por la libertad y el amor y sobre todo, por la música.
Mientras tanto Joaquín se enamoró de una buena mujer, un alma libre como él debió verse sorprendido por aquella relación que terminó dándole dos hijos. Mientras ellos crecían, su padre se iba perdiendo cada vez más en su cabeza. Lo mismo se declaraba Profesor de Ciencias Ocultas, adivino, caballero templario, Ordo Templis Orientis, Schwartze Orden, Esquizoanalista y miembro de la Sagrada y Real Orden de Tantrikas (tengo una tarjeta suya de visita con todos estos títulos, lo prometo) que se presentaba a trabajar como Disc Jokey en La Factoría, conocida discoteca sevillana posteriormente conocida como Café Mágico y más tarde como Groucho, vestido con una capa y ocultando un machete porque se sentía perseguido.
Ellos, sus hijos, fueron los más perjudicados por la ausencia de un padre que, probablemente, nunca quiso serlo. Si bien el inmenso amor de su pareja lo compensó con creces. También ellos fueron los que más sufrieron cuando Joaquín regresó a casa como un enfermo mental, con una psicosis esquizofrénica paranoide diagnosticada. La vida en la casa se volvió complicada, con algunas escenas dantescas que ningún crío debería vivir.
Pero entre estas dos etapas, la de hijo casi perfecto y joven rebelde y brillante, y padre enfermo y problemático, está la obra de su vida y lo que me hace escribir estas líneas: El tío de Joaquín es ni más ni menos que el reputado periodista y escritor Manuel Barrios, y es él el que viendo los amplios conocimientos musicales que su sobrino tiene, y quizás esperando que un trabajo lo “centrara”, le da un empujoncito para que entre a trabajar en Radio Sevilla. Es fácil imaginar a Joaquín aprendiendo los entresijos de la radio para posteriormente presentar un programa que rompería con lo establecido: Nata y Fresa, la obra de su vida.
Algo grande debió de ser el programa cuando muchos años después, lo buscaron en su casa para que participara en un documental sobre el Underground en Sevilla. Documental que emitió el Canal Historia y que puede encontrarse en youtube. Allí nos cuentan entre unos y otros cómo entraba la música prohibida por la censura, principalmente por las bases americanas de Rota y Morón, y llegaba a ese submundo sevillano en el que Joaquín se hacía con los elepés para luego emitirlos en su programa. Así llegaron a España grupos como Led Zeppelin, Bob Dylan, The Doors, o los mismísimos The Beatles y The Rolling Stones, esos “melenudos” que estaban revolucionando el mundo con su música y sus letras.
Ahí estaba Joaquín, en una radio que apenas tiene que ver con la actual, sin publicidad, una radio en la que triunfaban las radionovelas, y en la que lo más escuchado era el programa nacional de noticias. Allí estaba él, haciendo más que un mero programa de música, sacando a la luz grupos censurados, traduciendo sus letras para que sus oyentes fueran capaces no solo de entenderlas, sino de hacerlas suyas, transmitiendo ideas de libertad y puertas abiertas, de lucha contra el opresor. Joaquín además instruía a sus oyentes, relacionaba los temas de las canciones con temas literarios ya fuera de Poe o Lovecraft, o de Nietzsche, su filósofo preferido. Su programa era ameno a la par que instructivo. En él daba rienda suelta a sus dos pasiones, la música y la lectura. Y dicen los que lo seguían que fue un hito de la época. Lo que empezó en Onda Media con un programa de media hora llegó a tener tres horas y media de duración en la joven FM. Joaquín Salvador trascendió, y junto a Juan Luís Valseca, con el que compartió horas y horas en Radio Sevilla, marcó muchas vidas. De gente de su alrededor y de oyentes de su programa. Jesús Quintero se inspiró claramente en ellos. Javier García Pelayo dijo de él que “era un líder, un creador de opinión”. Julio Rabadán, que “era un filósofo, un filántropo, un referente de la cultura musical, un conocedor y transmisor, de lo que no se escuchaba en los medios oficiales. La música para él era un fenómeno revolucionario, una manera de cambiar el mundo. Una revolución de libertad pacífica. Un buen hombre, un anarquista en el sentido filosófico del término”. En cualquier caso, además de eso, Joaquín fue un pionero.
Cuando recibió presiones para cambiar su idea y formato de programa, tuvo que engañar para poder dar salida a lo que él quería que la gente escuchara, evitó a la censura lo mejor que pudo, y cuando su radio se convirtió en Los Cuarenta Principales y le enviaban desde Madrid la lista de canciones para poner, se opuso a ello tirando la lista y poniendo lo que él quería y no a los artistas españoles que por entonces triunfaban gracias, por ejemplo, a Eurovisión. Cuando se cansó de soportar presiones, casi tres años después, lo dejó todo y viajó a Barcelona para dar el gran salto a la radio Nacional, pero, aún no sé por qué, aquello no salió bien y comenzó un periplo que le llevó a Dinamarca, Inglaterra, Alemania y Marruecos, para luego regresar a Sevilla algo más perjudicado, y con la enfermedad que llevaba en los genes pugnando por hacerse con su cabeza.
He querido contar esta historia porque hablar de la radio suele ser algo muy genérico, y dudo que pudiera contar algo original. Sí, me encanta la radio, y no hay día que no la escuche. Es, sin duda, una buena compañera. Y sí, me crie viendo a mi madre con la radio siempre puesta. Para mí la radio es vida, es compañía, es entretenimiento y diversión. Pero también es algo más.
La radio es algo que me acerca al Joaquín Salvador de sus mejores años, aquel que nunca conocí. Aquel al que estoy empezando a conocer gracias a sus amigos. Y aquel al que, quizás, esté preparado para perdonar.
Por cierto, me llamo Sergio Salvador Campos, y soy su hijo.
Me ha encantado, nunca mejor dicho.
ResponderEliminar