Uno de detectives * Un relato de Raúl Cordero
UNA DE DETECTIVES PRIVADOS
El tal Amaya había oído hablar de mi
eficiencia en este oficio. Quería que trabajara para su partido
político consiguiendo información de adversarios; tanto de otras
formaciones políticas como de la suya propia. Agradecí los halagos
que hizo de mi trabajo (nunca sobra que te regalen, en su justa
medida, los oídos) y le expliqué de manera amable, o todo lo amable
que se puede ser con lo que quería transmitirle, que solo me gusta
trabajar con mujeres desengañadas, maridos cornudos, putas,
proxenetas, yonkis, camellos, ladrones y demás gente parecida.
—Ya sabe —le dije—, gente de
orden y saber estar. Con los que uno sabe a qué atenerse en todo
momento.
Le explique que hay cierta gente con la
que no me gusta jugarme los cuartos, por lo cual tenía que rechazar
su oferta de trabajar para él y para su partido. Ante mi sorpresa, lo
entendió perfectamente.
—Le entiendo, señor Cordero. —Me
dijo.
Se levantó, me dio la mano y salió de
mi despacho.
Me quedé allí, solo, con la luz
amarilla de la lámpara de mi escritorio, pensando en que acababa de
perder la oportunidad de ganar mucho dinero; y en las oportunidades
laborales a las que había cerrado la puerta.
Sentí lástima de mi
mismo por tener valores.
Decidí continuar, maldiciendo a mis
principios, con la botella de DYC en la mano.
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