El Viaje * Un relato de Sergio Salvador Campos

El viaje

David había perdido, ya, toda esperanza de encontrar lo que buscaba. 
Joven y de familia adinerada, había aprovechado el año sabático que su padre le ofreció coger al terminar la universidad. “Cuando vuelvas, te unirás a mí en la dirección de la empresa.”
David viajó en busca de una auténtica y genuina experiencia paranormal, algo que le obsesionaba de pequeño. Un aliciente para terminar pronto la carrera. Sin darse cuenta, el año sabático se convirtió en dos, y su padre ya le estaba rogando que, por favor, volviera.
David, que había estado en casas embrujadas de todo el mundo, que había visitado ciudades en momentos propicios para lo extraño, como Venecia durante el Carnaval de máscaras, o lugares con el peso del horror como Austchwitz, decidió que sólo le quedaba un lugar donde sentir lo verdadero: México durante la celebración del Día de los Muertos. Y así conseguir pruebas de que el “más allá” no es sólo un anhelo de la humanidad. Quería pruebas de la vida eterna. 
Había vagado por lugares místicos como Stonenhenge, las Pirámides de Egipto, los zigurats de la antigua Mesopotamia. Había pagado enormes sumas de dinero por guías que fueran magos, chamanes y médiums de prestigio, pero su búsqueda había sido en vano. Había perdido tiempo y el dinero de su padre. Aunque siempre tuvo la sensación de estar a un paso de la experiencia mística, nunca consiguió más que alguna confusa pesadilla.
Llegó a México con la moral por los suelos, incluso ya tenía comprados los billetes para volver a casa. Se lo tomaba más como una fiesta de despedida. Sabía que a pesar de tener un aspecto bastante siniestro, con el pueblo disfrazado de “calacas”, con altares con fotos de ancestros y la comida preparada para la visita de difuntos, lo cierto es que era una fiesta de la alegría, de volver a sentir próximos a esos parientes que aprovechaban este día para acercarse a los suyos; recordándoles que, desde el más allá, los seguían protegiendo.
Le pareció adecuado hacer lo que muchos lugareños: llevar una botella de Tequila al cementerio para compartirla con la primera tumba que lo llamase por algún detalle. Al llegar la madrugada salió a la calle y se mezcló con el pueblo, respiró aquel aire con toques milenarios, imaginando lo centenaria de esa tradición de abrazar la Muerte. Disfrutó de la vista, impresionante en más de un aspecto, incluso sobrecogedora. Niños y niñas también participaban de la fiesta, comían Pan de muerto, un dulce de anís y naranja que les sacaba sonrisas maravillosas. El ambiente era magnífico, pero David quería despedirse a lo grande de su búsqueda y se encaminó al cementerio a tomar sus últimos tragos antes de entrar a la vida de adulto. No se sorprendió al ver que las puertas estaban abiertas y que el fluir de gente entrando y saliendo era constante.
Caminó entre las tumbas, los árboles y los nichos durante un rato, viviendo la majestuosidad del momento; los cementerios tienen siempre esa cualidad, le hacen pensar al visitante que su tamaño es especialmente pequeño. Encontró cerca de la última calle un lugar bastante solitario y una tumba que consideró adecuada porque creyó ver una pequeña mariposa roja y blanca y celeste posarse en la lápida. Dicha tumba, curiosamente, no tenía flores, ni comida como ofrenda, pero parecía limpia. 
David miró el nombre del eterno inquilino: Sara Aldrete. Se presentó y pidió permiso para sentarse y beber en su compañía. Llenó dos vasos y dejó uno en la lápida mientras él se tomaba el otro dejando caer un chorro de la botella para los demás del camposanto. Bebiendo le contó a Sara su vida, su búsqueda y su frustración. Cuando llevaba más de media botella David entró en un estado de percepción casi onírico, era consciente de que todo a su alrededor se encontraba tras una extraña bruma. De pronto alguien le agarró del cuello y lo tiró hacia atrás, se sintió en una caída interminable. Cuando abrió los ojos, a su vera, se encontraba Sara Aldrete, con ojos en llamas, y la carne medio descompuesta. David quiso gritar, pero no pudo, la mujer sonrió y le contó quién era y lo que había hecho en vida. En verdad se lo mostró. Sara, con conocimientos de santería de la religión Payo Mayombe, realizó junto a su amante Adolfo Constanzo cientos de rituales que acababan siempre en sangrientos sacrificios en medio de orgías salvajes. 
David quiso cerrar los ojos y volver a su casa, no estar en medio de aquellas escenas truculentas, pero las imágenes estaban en su cabeza y no podía evitar verlas, sentirlas, una y otra vez. Sara se rio con aquella boca sin labios, se acercó a él y le susurró al oído “esta es la experiencia paranormal que andabas buscando. ¡Felicidades!” Y soltó una carcajada espeluznante que lo hizo llorar. 
—Ven, quiero presentarte a mis amigos, esta noche es eterna y verás muchas cosas, David. Es mi manera de agradecerte esa copita de tequila. ¡Hacía mucho que un hombre no era galante conmigo!

A David lo encontraron a la mañana siguiente en estado catatónico. Hecho un ovillo sobre la tumba de Sara Aldrete. De vez en cuando hablaba y pedía que le dejaran descansar y repetía nombres como César Armando “El Coqueto”, Goyo Cárdenas, Juana “la Mataviejitas”, Raúl “el Sádico”, José Luis “El Canibal” y Felícitas “La Ogresa”, siempre entre gritos y llantos, para luego volver a caer en su inquieta catatonia. 

Para el padre y los médicos su situación era un misterio, no conseguían que saliera de su estado de sopor, delirio y terror. Lo cierto es que, en la ciudad de los hechos, la gente tenía claro que David había viajado al inframundo sin un familiar que lo protegiera y con la peor compañía posible, una santera asesina a cuya tumba ni de día los lugareños querían acercarse.


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Comentarios

  1. Sigue asi y pronto leere un libro tuyo.

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    1. Muchas gracias por tomarte tu tiempo en leerlo y por dedicarme un comentario tan halagador. Gracias. ¡Seguiremos escribiendo y tratando de aprender y mejorar!

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